EL INTENTO DE ASESINATO DE FERNANDO EL CATÓLICO
El 22 de octubre de 1492, tras muchos años de ausencia del Principado de Cataluña, el rey de Aragón Fernando el Católico entró en Barcelona acompañado de su esposa, la reina de Castilla Isabel I, con el objetivo de reunirse con embajadores franceses. El motivo del viaje de los Reyes Católicos era reunirse con embajadores del rey de Francia y negociar la devolución a Cataluña del Rosellón y la Cerdaña, territorios cedidos por la Corona de Aragón durante la Guerra Civil Catalana (1462-1472) a cambio de apoyo francés.
A mediodía del 7 de diciembre de 1492 Fernando el Católico salió por la puerta principal del Palacio Real Mayor de Barcelona. Cuando se disponía a subir a su cabalgadura, un hombre armado se le acercó por la espalda y le asestó un golpe vertical con una espada, hiriendo al rey.
Fernando el Católico sangraba abundantemente. El atacante era un campesino catalán llamado Juan de Cañamanes, que fue reducido por hombres del rey. Aunque apuñalado, el autor del atentado no fue asesinado por petición del monarca con el propósito de obtener información.
Juan de Cañamanes fue interrogado bajo tormento. La reina Isabel sospechaba que el atentado contra su esposo pudiese formar parte de una conspiración contra ellos en la ciudad de Barcelona, pero se concluyó que el atacante había actuado solo. Cañamanes confesó que había actuado por inspiración del Espíritu Santo, primero, y del demonio, después, afirmando que le había sido revelado que, muerto Fernando el Católico, él mismo ocuparía el trono de Aragón. Se concluyó que sufría demencia y fue condenado a muerte.
El 14 de diciembre, Fernando el Católico recayó con fiebre alta y se temió por su vida. La población, armada, tomó las calles clamando venganza contra Cañamanes, y se congregó frente al palacio a la espera de noticias sobre el estado de su rey.
Convaleciente, el rey de Aragón se asomó a la ventana del palacio para desmentir su propia muerte, tranquilizando a la muchedumbre y a una ciudad de Barcelona en la que se había extendido la confusión y el desorden tras el atentado.
Cañamares fue ahogado y posteriormente paseado en carro públicamente por las calles de Barcelona, siendo finalmente atenaceado y entregado al populacho, que apedreó, descuartizó y quemó su cuerpo y esparció sus cenizas.
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